Homenaje a Abigael Bohórquez

Estas son las fotografìas del performance Pasión Cicatriz y relámpago que se presentó el pasado lunes en el Aula Magna ITSON campus Náinari, donde se homenajeó al difunto poeta Abigael Bohórquez.






Homenaje a Abigael Bohórquez


Poe-Performance Abigael Bojórquez
lectura: Mara Romero
Acompañamiento musical:
José Alonso López Romo
(Violocellista; Orquesta Sinfónica de Sonora)
Lunes 22 de septiembre. 11 am.
Aula Magna del Campus Náinari
del Instituto Tecnológico de Sonora

País Oscuro


Tan lejos de la piedad,
como la queja
tan frío a la palabra como la piedra
inconmovible a la revelación
como si mi oficio fuera de hueso
Emily Dickinson



I

Entre sombras
veo apariciones que llegan
desde mi partida.

Ellas enseñan
a esculpir grietas
del espíritu demolido que soy;
te encuentro conversando,
haciéndolas como íntimas,
arremolinando tu memoria.

Ellas me sustituyen,
dictan realidad a dosis,
atrapan el país oscuro
que sólo tú conoces,
ése, donde las estaciones
y el calor no existen.
Cargo en mis noches
el peso de tu mundo,
invito a la piedad
a extinguir el infierno que nos quema,
presiento su arribo
espero una silla con mi nombre
que impaciente, al igual que tú,
aún me pertenece.

II
Sales de donde nunca estuviste:
el color de mis uñas;
vienes del cariño arrumbado,
desde el closet alguna vez nuestro,
que encuentra la manera de hacer mella.
Estás regado en cada espacio
que logro armar,
en cada triunfo,
siempre pendiente de mi caída.
La ausencia de Dios
se vuelve más intolerable.
Cansada continúo
soy pieza unida por alambres,
cada vez más acorde
al espacio de tu espectro.

La enamorada


La enamorada pasea con la luna al brazo,
ruge al viento su intrepidez,
pájaros negros hacen su corte,
le columpian la risa
y ella, deslumbrada, no admite respuestas
del mensaje de Dios.

La gente le mira con asombro
mientras invoca seres que soporten
su peso amoroso por el mundo.

La enamorada cruza el puente de su realidad,
oscura se distingue,
se acomoda en barracas de olvido;
un viento agrio juega con su pelo:
labios hormigueantes
que le devuelven sed.

¿Sabe Dios de sus pendientes?
pregunta cuando cala la espera,
y una parvada de cuervos impide el paso;
entonces, reconoce su carga
y cierra los ojos para siempre.

La niña que se sienta en la orilla de la noche


La niña se sienta en la orilla de la noche
entre su realidad y el sueño.
No hay fronteras claras.
Su piel muestra marcas de fatiga,
febril le pesa el tiempo
que retarda su evasión de alas.
Triste llora bajo una higuera desnuda,
se acompaña en voces
que parecen salir de entre las ramas.

Ella sabe del abrazo sombrío,
manos oscuras que hacen memoria de silencios,
lava sueños empapados de luz,
sus pies mojados le estorban,
desesperada cobija ansias,
y con las pestañas
rompe los cristales de su calma.

Niña que nunca se va,
escondida en cortina de dudas.
Desnudo paisaje,
lleno de ocasos.
Sus ojos enrojecidos
miran su ira estacionada,
piedra que le tapa el paso,
aferrada al mástil de una estrella,
fundida en su dolor,
araña el cielo para regalarlo
a pedazos a quien lo necesite;
guarda sus secretos en vasijas,
para enjugarlos: lágrimas de luna.

Confundida esconde su corazón reja,
se adorna el pecho con poemas
para que nadie avise su vacío,
toma entre las manos tierra,
escupe esperanzas sepultadas polvo,
como si buscara resurrección.

Así, hurga en los pasillos de la muerte,
camina despacio
para no despertar al duende,
teje con sus labios
telarañas de esperanza,
silencio mal amaestrado,
tararea su canción,
perfilando huidas,
ensayadas en otro tiempo.
Se acerca la muerte,
pronuncia su nombre
que surge de un grito sucio;
lumbre alimentada de espacio,
ilusa intenta el dialogo,
quiere lavar nostalgias,
y en un dolor sin prisa, pregunta:
¿te trajo el viento, muerte,
el arrollo de luz,
mis angustias imprecisas?

Siempre te sentí.
Nunca lograste engañarme,
sombra que mancha mis días
cuando escucho, como arrullo,
tu palabra insípida,
sangrar de lengua,
que venció mis eclipses
y mis viajes por tus huesos.
Aquí no hubo cobardía,
sólo fuego que nunca se agotó,
lágrimas aprisionadas,
latir de cuerpo,
aislado de criaturas,
que nunca me dejaron creerte.

La muerte se cansa,
toma mi mano,
caminamos hacia un sendero
callado e invisible.

Caras de mi muerte


I


Hace falta tu boca para olvidarme,
para confundir las caras de mi muerte.
Señora, que espero y temo,
vida escarcha
pardos presentimientos que galopan
en rústico devenir conciencia,
relámpago duelo que burla a Dios,
vuelven calosfrío tus ansias,
tatúan la memoria,
gemido arrepentimiento…

Abro mis ojos,
despierto extraños abismos;
mis lágrimas son velos que cubren
miedos y vergüenzas.

¿De dónde vienen tus gritos?
¿Qué quieres, ahora?
Como respuesta,
tu llanto siembra flores en el cemento,
acto de fe, ciegos que no entienden el mensaje,
indolente presagio desbaratando presentes,
realidades desoladas,
risa escandalosa de alma triste
que se esconde de ti, como yo misma,
engañándome felicidad prestada.

II

Mis ojos invocan metáforas,
y al azar de un encuentro,
los demonios te delatan mi verdugo;
almaceno furia,
me sufro,
nada podrá lavar mi tristeza…

Piedra laja eres,
relicario doliente,
trozos de lo que fuimos.

Escribo pesadillas,
historias contigo,
rayas las palmas de mi mano:
diminutos laberintos
que recuerdan el mapa de tu niebla,
trasmigran a países
donde los cuervos cautivos del dolor,
son príncipes con el pelo oscuro como yo,
y sus ojos ven las otras niñas
que platican con la muerte,
visitan entierros desconocidos,
se nutren de miseria,
consagran sufrimiento.
Eterna veladora que devela el aire quieto,
donde tu nombre danza y esparce mi silencio.

III

Invoco,
grito decadente,
paz de mi memoria;
réquiem de cuento inacabado,
final historia,
que empieza
a desmoronarme.